2 de septiembre de 2010

Novena Crónica de “Un viaje a Corea”, por Juan Nogueira

Novena Crónica de “Un viaje a Corea”
- Octavo día en Corea -

Juan Nogueira López
para el blog
“Corea Socialista”
(Descargar en PDF)

El día comenzó con unas gotas de lluvia, aunque según avanzaban las horas la llovizna se convirtió en aguacero y para la noche teníamos una animada tormenta de verano. ¡Todo el día!

Para colmo de las coincidencias, hoy era mi día de montaña. ¿Qué es más importante, el programa o el agua? Ahora responded desde la mentalidad de un coreano.

Efectivamente, fuimos a las montañas. En concreto a las de Kuwolsan. La elección fue mía.

Todo partió de que cuando me entregaron el programa, vi que estaba prevista una visita a las montañas de Myanghang, donde está la Exposición Permanente de Amistad. La verdad es que esa visita es bonita: hay una buena carretera hasta las montañas, impresionantes paisajes y en Myanghang puedes hacer varias rutas, picnic junto a una cascada, visitar la Exposición Permanente de la Amistad y el espectacular Templo de Pohyon. Además, la KASS me invitaba a pasar la noche en el cercano Hotel Hyesan y hacer alpinismo por el Valle Manphok al día siguiente.

Interesante, pero esa visita -aún sin pasar la noche allí- ya la había hecho en dos ocasiones. Por eso, pedí un cambio del programa propuesto y me puse a investigar qué montañas podríamos visitar. La verdad es que, por malo que sea para la agricultura, en Corea hay muchas montañas y muy bonitas y bien conservadas.

Las condiciones fundamentales eran que se pudiese llegar en coche, que no estuviesen demasiado alejadas de Pyongyang y que pudiésemos dormir en el Hotel Koryo. Eso descartaba bastantes opciones, como el Monte Paektu -lugar de lucha de la guerrilla- o Kumgangsan, junto a la frontera oriental con Corea del Sur.

Al final elegí Kuwolsan, entre las ciudades de Nampo y Haeju, no lejos de la frontera occidental con Corea del Sur. La opción era prometedora, pero los problemas no tardaron en llegar.

En primer lugar, porque Corea es un país en situación de guerra y aunque existe libertad de movimientos, hay que informar de los desplazamientos por un registro. Un control de carretera nos pidió la copia registrada de que habíamos informado del desplazamiento. Es triste que tenga que ser así, pero supongo que no hay otro remedio en un país dividido y sometido al acoso del imperialismo.

Y el segundo problema fue que se nos estropeó el coche. ¡Sí, un Mercedes de fabricación alemana, con cien por cien de fiabilidad! ¡Estropeado... por momentos! Al rato se recuperó con un poquito de ingenio y la ayuda de campesinos de una aldea, muy acostumbrados a conseguir prolongar la vida útil de los aparatos, con alguna chapuza sencilla.

La verdad es que las paradas -fueron tres- que hicimos sirvieron para conocer mejor la realidad de los pueblos en Corea. En todos sin excepción vi tres cosas esenciales: campos plantados aprovechando toda la tierra útil -incluso pequeños “deltas” en los ríos-, que en todos había electricidad -logro conseguido hace 40 años, pero que pude certificar que sigue siendo vigente- y casas de tamaño medio y con tejado de tejas.

Esto último lo menciono porque, en Corea, un dicho antiguo afirmaba que la riqueza era vivir bajo techo de tejas, con vestido de seda y con algo de arroz para acompañar cada comida. Kim Il Sung dijo que el socialismo estaría plenamente asentado cuando la economía colectiva fuera capaz de garantizar eso a todo el mundo.

El tejado con tejas -es decir, el fin de las chozas- lleva siendo una realidad en Corea del Norte desde hace décadas, así como la electricidad y el arroz. No así otros aspectos.


Por ejemplo, debido a la austeridad en el uso de electricidad, el bombeo de agua corriente es intermitente en algunos pueblos.

Además, existen diferencias entre unos pueblos y otros. En general, la mayoría tienen un aspecto bastante decente. Sin embargo, en otros, hay situaciones más austeras.

En uno de los lugares que pasamos, vimos a niños vestidos en chándal y jugando en la tierra a pelearse con palos de bambú. Las casas, aunque aceptables, tenían puertas y ventanas viejas y algo desgastadas. Los niños se lo pasaban en grande, pero la imagen era muy distinta a la de la mayoría de pueblos, más modernos, con casas más recientes y con los niños vestidos de camisa, cinturón y pantalón largo, montados en bicicleta y con libros para leer en algún parque o bajo algún árbol. En esto tiene mucho que ver el parón que supusieron los años 90 en el desarrollo socialista de Corea, del que sólo ahora están saliendo poco a poco.

Cuando llegamos a Kuwolsan, ya estaba cansado incluso antes de salir del coche. ¡33 grados y más de 90% de humedad! En serio, cualquier futuro visitante de Corea, ¡hazme caso: septiembre, no agosto! La humedad es simplemente terrible en Corea. No sólo te adormila, sino que te produce cansancio de forma constante, sudas y te pesan las piernas. ¡September is the month!

Kuwolsan, por supuesto, es precioso. Había varios grupos de la Liga Juvenil Socialista haciendo picnics en las montañas. Cantaban, comían, caminaban... y nos miraban sorprendidos. ¡Extranjeros en Kuwolsan!

Estas montañas siempre habían sido uno de los paisajes más conocidos de Corea, pero el acceso a las mismas era muy complicado. El Ejército Popular de Corea se puso manos a la obra y construyó una carretera y varios caminitos para hacer rutas. Además, en medio de las montañas hay pabellones de estilo oriental desde el que se pueden ver vistas alucinantes.

La vegetación en Corea es mucho más frondosa que en Europa. Recuerda en parte a la selva, aunque los árboles no son tan altos y no hay una fauna tan nutrida. Eso sí, en el norte de Corea hay tigres y, en cuanto a serpientes, reptiles e insectos, el menú donde elegir es amplio.

Hace poco había en el periódico un reportaje sobre estas montañas en otoño. La verdad es que todo se vuelve de colores. Mi tía Ani creo que pediría un traslado estacional a Corea si viese las fotos. ¡Buff... septiembre! ¡Qué mal elegí!

Comimos alrededor de una cascada. El agua era cristalina y no estaba muy fría. La gente metía los pies y se lavaba la cara y las manos. Desde luego, la tarde era idílica, si no fuera porque cada poco comenzaba a llover.

La comida estaba compuesta a base de un poco de varios platos, entre los que se incluía la ternera a la parrilla. Mis ojos no se lo podían creer cuando vi que entre la comida había sushi, uno de mis platos preferidos entre la comida oriental. Sin embargo, los coreanos me aclararon que no era sushi japonés, sino una variedad local que tenía una antigüedad mayor que la del sushi. Yo les miré con cara extrañada como diciendo “pero si es igual que el sushi” y decidí que no iba a entrar en discusiones culinarias, sobre todo si eso reabría viejas rivalidades nipo-coreanas. No sería sushi, pero yo me comí a gusto los seis makis que me habían servido y seguí a lo mío.

En realidad, es probable que los coreanos tengan razón y que los japoneses hayan copiado y popularizado algo que en origen nació en Corea. Lo digo porque en Oriente existen casos similares. Por ejemplo, lo que todos conocemos como “rollitos de primavera” deberían llamarse, simplemente, “rollitos chinos”. “Rollito de primavera” es el nombre que tiene en Vietnam lo que aquí conocemos como “rollito vietnamita”.

Es decir, los restaurantes chinos hicieron una versión china del “rollito de primavera” vietnamita y se apropiaron del nombre. Por eso, los auténticos rollitos de primavera -los vietnamitas- se tienen que llamar “rollitos vietnamitas” en los restaurantes que se abren en Occidente.

Las guerras del sushi, sabiendo los precedentes, tienen para mí un sabor familiar.

¡En fin! Cuando decidimos que la lluvia hacía imposible seguir en la montaña, volvimos a Pyongyang. A la ida, hicimos el trayecto a través de la ciudad portuaria de Nampo. A la vuelta, vinimos una ruta interior, a través de Sinchón -lugar donde en la Guerra de Corea, Estados Unidos organizó una de las mayores masacres- y de Sariwon.

Yo había estado en Nampo y Sinchón en 2005. Ambas están bastante mejoradas desde entonces, aunque en el caso de Nampo, el cambio es espectacular.

En 2005, Nampo parecía una ciudad recién salida de una guerra, fundamentalmente por la cantidad de edificios en obras y calles levantadas. A día de hoy, sin ser una segunda Pyongyang, es una ciudad agradable, con vida cultural, calles limpias y ordenadas y olor a mar. Está mejor que la ciudad fronteriza de Sinuiju, claramente.

A la noche me tocó cenar en la misma mesa que una profesora francesa. Ésta es su decimoséptima vez en Corea y su tesis doctoral está centrada en el Songún, es decir, la priorización de los asuntos militares en Corea.

Ha escrito un libro de alrededor de 400 páginas sobre la misma temática. Ella me explicó que el libro “no es de propaganda, sino que es un estudio académico”. Sinceramente, ese tipo de afirmación me parece un lugar común muy típico de Occidente.

Ella lo hace con su mejor intención, pero refleja un fenómeno muy extendido en nuestras sociedades: tenemos un miedo tremendo a posicionarnos y comprometernos claramente con una realidad o a que la imagen que demos sea la de alguien comprometido.

Yo, cuando publico algo sobre Corea, tengo claro que no soy neutro: escribo para defender el socialismo y unas determinadas experiencias de construcción socialista. Eso sí, para defenderlo, utilizo únicamente la verdad, porque como dice Lenin, nosotros no tenemos miedo a la verdad, nuestra teoría es científica y nuestra práctica es revolucionaria y en favor de las grandes mayorías. ¿Por qué íbamos a necesitar recurrir al engaño o a inventarnos cosas que no existen?

Eso sí, decir la verdad no niega que lo que yo y otros publicamos sea propaganda. ¿Pero es que acaso en la confrontación entre socialismo y capitalismo alguien es verdaderamente neutro? Incluso podríamos plantearnos, ¿es que acaso deberíamos serlo? Eso es extender una forma de pensar totalmente relativista, muy típico del postmodernismo, que es totalmente ajena a los marxistas y a la realidad. En la realidad hay cosas buenas y malas, aunque sean relativas al criterio moral que se utilice. ¿Utilizamos los revolucionarios criterios éticos para distinguir lo bueno de lo malo? Claro, nuestra ética tiene como criterio moral los intereses de las grandes mayorías, el socialismo. ¿O también seríamos neutros si hablamos de democracia o dictadura? ¿O de respeto por los derechos humanos o no? Mucho me temo que el relativismo en unas cuestiones y el posicionamiento en otras, en realidad refleja que el sistema nos tiene ganada la batalla de ideas.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que el hecho de que yo considere que informando de la verdad se hace propaganda en favor del socialismo, no es únicamente un criterio que maneje yo. En realidad, ¿qué información no está posicionada? ¿Es acaso la información que nos dan los medios de comunicación occidentales veraz, objetiva y “neutra”?

Todo lo contrario. Todo es propaganda, pero no necesariamente porque tenga esa intencionalidad, sino porque todo mensaje que se trasmite en sociedad lleva implícitamente una connotación ideológica.

Cuando un periodista graba con su cámara de televisión unos hechos y emite las imágenes y el sonido sin hacer comentarios, incluso entonces hay una carga ideológica o, llamémoslo de otra forma, una distorsión del mensaje por el sujeto que nos lo trasmite. ¿Por qué? Pues porque ese periodista, aunque quisiese, no podría registrar en su cámara la totalidad de los hechos, ni desde todos los ángulos. Registrar y reproducir la realidad tal cual es una utopía, al menos desde un punto de vista “fotográfico”, empírico. Siempre existe un sujeto que narra el mensaje.

El elemento más básico y simple por el que existe una carga de subjetividad y una intencionalidad -o no- ideológica es precisamente que existe la selección. Y eso existe en toda producción audiovisual, literaria, periodística, académica,... etc. Por ejemplo, una comedia romántica estadounidense tiene también su lado de propaganda: ¿por qué sus protagonistas siempre son de clase media alta y sus preocupaciones jamás son las del común de los mortales: encontrar o mantener el trabajo y sobrevivir sin asesinar a tu jefe? ¿No crean acaso, este tipo de dramas, la sensación -falsa- de que la sociedad estadounidense es una sociedad de éxito y donde las únicas preocupaciones son la pareja, el sexo y las amistades? Probablemente no es su intención a priori, pero en el fondo, existe ese ámbito ideológico.

Si este ámbito ideológico existe siempre, ¿por qué tememos que el nuestro sea de forma clara una sociedad socialista? Un trabajo académico o un estudio de ciencias sociales pueden ser -y son- perfectamente un material de propaganda, sin decir ninguna mentira ni ocultar ningún hecho. Es simplemente que la actitud que adopta el sujeto que emite el mensaje es la de posicionarse como defensor de una realidad.

En fin. La conversación con la profesora francesa dio para bastante, aunque la reflexión que aquí recojo sobre la propaganda, no lo tratamos. Aunque es una cuestión que me preocupa, el hecho de que la haya sacado citando parte de la conversación que tuvimos, no quiere decir que el problema fundamental sea con ella, ni mucho menos.

Ella admira lo que llama “moralidad” de la sociedad coreana y especialmente los valores de su ejército, que son extrapolables al resto de la sociedad.

Aún así, considera que el país atraviesa problemas económicos muy serios debido al bloqueo y las sanciones. No cree que actualmente se esté ante las puertas de una gran potencia próspera socialista, como anuncian los propios coreanos. Yo escuché sus opiniones con atención porque es una persona que realmente aprecia a Corea y que conoce el país. Sin embargo, discrepé con ella en el asunto del crecimiento económico, pues hay cuestiones que son innegables: numerosos edificios están siendo reparados, 100'000 nuevas viviendas están en construcción en Pyongyang, nuevas estaciones de metro están en camino, el hotel de 330 metros está en vías de terminarse, se inauguran nuevas presas de gran tamaño, se quita terreno al mar,... etc. Ella se quedó pensativa y dijo que se hacían cosas nuevas pero que la vida del pueblo estaba estancada.

Ante eso yo volví a discrepar, diciendo que con nueva vivienda, una mejora del transporte, acceso frecuente a piscinas, parques de atracciones y centros deportivos, teléfono móvil, mp3 y cámara digital, el nivel de vida es suficiente o, al menos, ha mejorado. Sino, ¿entonces qué más espera? Su respuesta me inquieto. Según ella, sólo una parte de la población accede a esos bienes, porque en Corea están surgiendo diferencias de poder adquisitivo.

Dijo que no eran una nueva clase, porque aquí todos son asalariados del estado o de cooperativas. Pero sí están empezando a nacer esas diferencias. No me explicó en qué lo ha notado o cómo se ha cerciorado de ello.

No puedo descartar de forma radical que eso sea así, me falta información, pero me surgen varias reflexiones.

Lo primero es que hay que diferenciar lo principal de lo secundario y admitir que en Corea existe la economía más colectivizada y la brecha salarial más pequeña del mundo.

En segundo lugar, hay que admitir que las circunstancias en las que se construye el socialismo aquí son tremendamente difíciles, como también lo son en Cuba. Por eso, es posible que haya distorsiones que no alteren la línea hegemónica, que es la de construir el socialismo. Distorsiones como por ejemplo, intentar abrirse al comercio con China, a pesar de que esto implique que aparezcan personas que trabajen en empresas de intercambio, manejen divisas y se enriquezcan más que la mayoría de coreanos.

En cualquier caso, no creo que la tecnología y bienes sea patrimonio exclusivo de una élite. Entre otras cosas, porque entonces la élite sería gigantesca en este país, ya que son decenas de miles los móviles y cámaras digitales que he visto durante estos días.

La profesora francesa, en cualquier caso, es más pesimista. Considera que Corea se ve en la encrucijada de necesitar una apertura al comercio extranjero, pero no poder realizarla por la situación de ser un país dividido y en guerra. La solución que están adoptando, por lo tanto, es una huida hacia adelante: mantener el socialismo, ya que entre otras cosas no hay otra vía alternativa, hacer la mayor apertura posible a productos extranjeros, sin preocuparse demasiado de si se crean diferencias sociales o no, ya que ahora mismo lo prioritario son los problemas económicos.

Creo que ésta es la reproducción más fiel de lo que ella me dijo. Para cualquiera que haya leído anteriores crónicas o artículos, sabrá que mi opinión es muy diferente. No sólo creo que hay una apuesta por el socialismo, sino que además eso no se pone en duda.

Sobre si existen diferencias salariales, puedo repetir lo que ya he dicho: Pyongyang ofrece mejores condiciones de vida que el resto de ciudades coreanas, el campo ofrece condiciones bastante decentes pero hay diferencias entre distintos pueblos. Lo que tengo claro es que estas diferencias no son sociales: no existen clases diferenciadas que opriman a otras, sino un cierto desarrollo desigual producido porque Corea no es aún un país rico y su desarrollo socialista se vio interrumpido en 1991 con una crisis considerable.

Ella me insistió en que este tipo de fenómenos le recordaban a lo que ella vio en Laos: partido comunista, sociedad crecientemente individualista, aunque en Corea reconoció que el colectivismo y la moral comunista son claramente hegemónicos. Yo sinceramente encuentro diferencias significativas entre Laos y Corea y la clave creo que puede verse en cómo el imperialismo norteamericano trata a uno y otro país.

Lo que sucede en Corea, si es que existen estos fenómenos, es algo similar a pequeña escala a lo que ocurre en Cuba. Y ambos casos, los revolucionarios tenemos únicamente que decir que ¡Venceremos!

Juan Nogueira López


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